domingo, 28 de octubre de 2007

DOS HOMBRES Y UN POSTE


Que Ibáñez es un genio del gag visual es algo que a estas alturas ya no se duda. Y, como muestra, a falta de botón, bien vale un poste. Un poste transportado por Pepe Gotera y Otilio, nuestros más entrañables chapuzas. Creados a mediados de los sesenta, la consolidación del dominio del movimiento en las historietas de Ibáñez se dejará ver especialmente en las andanzas de estos “expertos en cualquier cosa”, como veremos a continuación.



La víctima de su torpeza será esta vez el humilde pocero (de esos que tanto abundan en el universo brugueriano) que pueden ver arriba, en el inicio de la que será una perfecta secuencia cómica:





En la primera viñeta de dicha secuencia vemos que Otilio, primer portador del poste, pisa sin darse cuenta la cabeza del pocero, cuya contundente caída apreciamos en la segunda viñeta. La misma contundencia se puede observar en la cuarta viñeta, en la que esta vez es el mismo poste el que, “in media res”, golpea la cabeza del trabajador, llevándolo a caer nuevamente en la quinta viñeta. Aunque el uso y abuso del golpe para hacer reír sea un recurso relativamente fácil, es precisamente la contundencia antes citada lo que diferencia al “estilo Ibáñez”.

En las viñetas de nuestro autor, los batacazos parecen tan reales que casi pueden sentirse en la piel de sus personajes. Escenas que resultarían terriblemente inocuas en otros dibujantes alcanzan una enorme expresividad en la obra de Ibáñez, que dota las escenas de fuerza, movimiento y vigor.

Recibidos ya los golpes del primer portador y del mismo poste, queda, por supuesto, recibir el del segundo transportista: Pepe Gotera, que provoca la caída final en la octava viñeta. En este batacazo final no se oculta la cara del pocero con las líneas del impacto, sino que podemos apreciar su triste dolor de payaso de pantomima al caer al suelo, como corresponde al punto final del gag. De hecho, ninguna de las tres caídas del personaje se ha enfocado desde la misma perspectiva, lo cual dinamiza la escena y la enriquece. El mismo enriquecimiento se aprecia en las tres ascensiones del trabajador subterráneo, pues alterna el contrapicado, el picado (viñeta seis) y la visión frontal sombreada (viñeta tercera).

Todos estos elementos: movimiento, contundencia del gag, planificación, variedad, etc., son apreciados instintivamente por el lector que, puede que no sepa analizarlos, pero se ríe a mandíbula batiente con esta escena magistralmente planeada.

Como ejemplo de un enfoque menos efectivo, presentamos la siguiente tira de Escobar, con un gag análogo. Sin embargo, la ejecución que hace el padre de Zipi y Zape del mismo resulta mucho menos efectiva. En primer lugar, falta el sentido del movimiento que vemos en la historieta de Ibáñez, así como una planificación atractiva y el carácter acumulativo del chiste, elementos que contribuyen notablemente a la hora de crear un clima de comicidad.





No decimos esto en detrimento, ni mucho menos, del maestro Escobar, pues es bien sabido que Ibáñez y tantos otros miembros de la llamada “Segunda Escuela Bruguera” llegaron a ser lo que fueron porque antes estuvieron referentes tan valiosos como Conti, Cifré, Peñarroya, Jorge y, por supuesto, Escobar. De hecho, fueron estos autores los que otorgaron a la historieta española un sentido del movimiento hasta entonces insólito, dado el romance que mantuvieron muchos de ellos con el cine (Escobar es un claro ejemplo de creador activo en este otro ámbito). Tanta es la relación entre ambos campos que incluso podemos afirmar que este tipo de escenas, como la que comentamos, tienen su raíz en la cinematografía de los grandes cómicos del cine: ¿no podrían ser Laurel y Hardy los portadores del poste de los chapuzas o del tablón que llevan los hermanos Zapatilla, al igual que en tantas ocasiones acarrearon pianos en algunas de las escenas más cómicas jamás filmadas?


Queremos insistir, a modo de conclusión, en que la comparación que hemos establecido aquí entre Ibáñez y Escobar no pretende ir en detrimento del segundo. Únicamente pensamos que ambas escenas son representativas de la evolución que siguió la Escuela Bruguera: cuando la primera generación, gran renovadora del movimiento historietil, empezó a tornarse hierática y anquilosada, sus discípulos de la segunda (Ibáñez, Segura, Raf…) vinieron a darle un nuevo aire al modo de hacer de sus mayores, recogiendo el testigo de manos inmejorables para otorgarle un mayor dinamismo y frescura.

sábado, 20 de octubre de 2007

EL ÓSCAR DEL MORO


El Óscar del Moro (1998) supone una revisión del clásico Los inventos del profesor Bacterio (1972).El título, un juego de palabras un tanto forzado referido al Óscar de oro de Hollywood, se justifica porque, como bien cuenta el Súper, el Emir Alí-Fafe de Segowiait ha creado el Óscar del Moro para la mejor arma ofensiva-defensiva, ofreciendo trescientos millones de rupias segowiatíes. Ésta será la excusa para que los agentes de la TIA vayan probando distintos inventos del Profesor Bacterio creados con el fin de conseguir el citado premio. Este esquema de prueba de inventos del barbudo científico se ha repetido de forma constante en la trayectoria de nuestros personajes, especialmente en la llamada “etapa negra”, de 1987 a 1990, suponemos que se debe a la facilidad que para los autores apócrifos suponía rellenar páginas tirando de los inventos del doctor. A modo de muestra: El huerto siniestro, Los superpoderes (ambas de 1987), Va la TIA y se pone al día (1989) y Los espantajomanes (1990).

Esta vuelta a los orígenes es un rasgo típico de la época, como ya reseñó Óscar+AB en este mismo blog, en su entrada dedicada a la máquina del cambiazo, en la que aporta buenos ejemplos. Esta vuelta a los orígenes viene acompañada de un nivel gráfico envidiable, que hace visualmente atractivas las obras de este período. En cuanto al esquema de El Óscar del Moro, distinguimos las siguientes partes asimétricas:

En primer lugar, una simpática introducción de tres páginas en la que se habla sobre los inventos de manera general. Lo más destacable es la aparición del propio autor denunciando, una vez más, las esclavitudes del tablero. La página siguiente está centrada en la figura del Profesor Bacterio y en ella se recuerda que fue él el verdadero culpable de la calvicie de Mortadelo, en clara rememoración a la historia corta “La historia de Mortadelo y Filemón” (véase el cuadro de fondo) y a los primeros álbumes de la pareja.

Las siguientes siete páginas se ocupan del primer invento de la tanda: el Rayo Pfluaff, con capacidad de hacer desaparecer lo que se le ponga delante. El recurso de la invisibilidad ya fue utilizado, por ejemplo, en Los superpoderes. Nuevamente, sobra decirlo, los resultados son catastróficos para los agentes. El siguiente invento es un mando que lanza la onda “Meteoritazo”, que convierte al enemigo en un objeto flotante. El recuerdo de los zapatos antigravitores de Los inventos del Profesor Bacterio es inmediato, sobre todo si tenemos en cuenta que nuevamente un flotante Filemón es llevado por un alegre Mortadelo atado de un cordelito. Otra semejanza es el accidente de Filemón al elevarse en plena calle, salvo que esta vez no será castigado por una viga de hierro, sino por un cable de alta tensión.

Más originales son las bolitas “Licuabody”, a las que se les dedican nueve páginas (como al invento anterior) y que dan pie al gag de la portada del álbum en la Colección Olé. Probablemente también les debamos a ellas algunos de los momentos más divertidos del álbum, como la confusión de Mortadelo con un príncipe convertido en rana. Las siguientes seis páginas las ocupa el Jaboncillos, que hace que los cuerpos se muestren tan escurridizos como si estuvieran embadurnados con jabón. Estamos ante otro episodio divertido, con momentos simpáticos como el del reajuste del personal según su aptitud. El álbum se cierra con la Encogidina, nueva vuelta de tuerca al tema de los “señores pequeñitos”. La originalidad aquí radica en que este invento se prueba en el Emirato de Segowiait, lo que no impide que el encogido de turno (nada menos que el Emir) caiga en lugares comunes como ser mordido por animales diversos o atrapado entre las páginas de un libro (El Corán, en este caso). Estos incidentes desencadenan la guerra con Segowiait, hecho que ya predijo Filemón en la página cinco del álbum.

El esquema de cada uno de los capítulos suele ser similar: los agentes escapan para no probar los inventos de Bacterio y son detenidos por otros agentes, que los encuentran en los lugares más recónditos del globo; prueban primero el invento en la TIA (causando daños al trío Súper-Ofelia-Bacterio); después lo hacen en la calle para terminar vengándose del científico. Esta venganza final, ya fijada en los álbumes de temática precedente, pasa por obviar que los inventos del Bacterio no siempre fallan, es decir, son los agentes los que hacen un mal uso (o un uso desventurado) de los mismo, lo cual parece invalidar para la organización los inventos en sí.

Particularmente divertido es un esquema que desaparece hacia la mitad del álbum en cada una de las entradillas. Se trata de la aparición de la mujer del Súper (con un diseño que se mantendrá en álbumes posteriores), que siempre acaba pillando a su esposo en situaciones “comprometidas” con Ofelia. La perversión de su marido llega, a ojos de la señora, a intercambiarse las ropas con su secretaria e incluso a levitar de gozo. En alguna ocasión, también la esposa del Director general y el mismo Director se verán envueltos en los gags, ambos con un diseño que también va a permanecer en el tiempo, hecho insólito hasta el momento y que da una ligera sensación de continuidad a la serie. Nótese que las sospechas de infidelidad del Súper con Ofelia estarán muy presentes en esta época, como veremos en Impeachment (1999).



Desde el punto de vista narrativo, destacamos la alusión de Mortadelo al lector en la página doce tras recibir una somanta, así como la del propio Ibáñez, que “censura” cómicamente la paliza que Ubaldo el “Coceador" le da a nuestros agentes. Tal debe ser la desproporción de la misma, que el autor, que nunca ha tenido inconveniente en mostrar salvajadas de todo tipo, invita a desenrollar la viñeta únicamente a los lectores “recios, guijarrosos y echaos p´adelante”. También tiene la delicadeza de no mostrarnos a Mortadelo y Filemón tras el altercado, aunque los ojos de horror del Bacterio en la viñeta siguiente resultan elocuentes.


En líneas generales podemos decir que El Óscar del Moro, a pesar de su escasa originalidad, es un álbum que entretiene considerablemente y llega a divertir con algunos gags aislados pero eficaces. A su buena factura final contribuye mucho el agradable dibujo del periodo y el enriquecimiento del coloreado informático.

sábado, 13 de octubre de 2007

LA CAJA DE LOS DIEZ MACGUFFINS, por KAXIMPO

Estimados lectores, esta semana volvemos a contar con un invitado de lujo que, además, repite en este su humilde blog. Nos referimos a Kaximpo, que nos deleita con un breve artículo sobre el elemento "MacGuffin" en las aventuras de Mortadelo y Filemón. Pasen y lean:


Terminología del cine - MacGuffin: Elemento dentro del argumento que carece de relevancia y sirve para introducir, desarrollar o justificar alguna o toda acción narrativa.





Según los entendidos en cine, el MacGuffin era el elemento que Hitchcock solía introducir en muchas de sus películas como motor para construir la trama: unos planos, una fórmula secreta, un objeto robado... ¡La paradójica importancia del MacGuffin es que al espectador no le importa qué es y ni siquiera si realmente existe! Lo esencial es que los protagonistas y demás personajes de la historia crean que tiene una extraordinaria relevancia, lo busquen y surjan confrontaciones por él.



Trasladado al universo de Mortadelo y Filemón, el MacGuffin toma muy diferentes formas. Querría excluir de esta clasificación potenciales MacGuffins como el Sulfato Atómico que los agentes deben recuperar en su primera aventura larga o el Balón Catastrófico porque no son en sí mismos MacGuffins "puros". Su naturaleza (hacer crecer los insectos o "emburrecer" a los humanos) es causante directa de hilarantes gags y no una mera excusa del argumento que pueda sustituirse por otro objeto.


Tampoco aventuras con la misma estructura de 11 capítulos que las que deseo comentar corresponden exactamente a este tipo porque del mismo modo los objetos (o personajes) perseguidos o custodiados (bombas, animales, gángsters, invasores extraterrestres o incluso señores pequeñitos) determinan directamente los gags y no serían tan fácilmente reemplazables por otros.El subgénero del que hablo son esas aventuras de 11 capítulos de 4 páginas cada uno en las que nuestros esforzados agentes tratan de reunir 10 objetos. Habitualmente la primera presenta la misión y la última incluye un desenlace en el que no siempre se encuentra lo que se buscaba una vez que todos los elementos están reunidos.


En mi opinión es "La Caja de 10 cerrojos" la primera y la más redonda muestra de este subgénero de Mortadelo y Filemón. Los protagonistas recorren el mundo buscando las llaves que abren una misteriosa caja pero los gags que se presentan no se refieren a la llaves en sí mismas, sustituibles por cualquier objeto, sino a las características propias del lugar en que se desarrolla cada episodio. Intercalando historietas de otros géneros, Ibáñez repite esta misma fórmula en "¡A La Caza del Cuadro!" sustituyendo las 10 llaves por cuadros de modo que los agentes tienen que ingeniárselas para entrar en casas ajenas. En "Los Diamantes de la Gran Duquesa" está claro cuáles y cuántos van a ser los objetos sustraidos. En "El Plano de Alí-Gusa-No" se trata de un plano dividido en 10 partes custodiadas por variopintos individuos.


A medida que el número de páginas de Mortadelo y Filemón crecía en las revistas donde se publicaban seriadas, el esquema de 11 entregas (presentación o desenlace más búsqueda de 10 objetos) de los años 70 dejaba de tener sentido. Aún así Ibáñez sigue creando alguna historia que puede corresponder a este subgénero como En Alemania, que presenta a los enanitos de jardín como excusa para trasladar a los agentes a las distintas regiones del país mostrando incluso tópicos internos y atraer lectores germanos. Algunos pueden sostener con toda la razón que el auténtico MacGuffin de La Caja de los 10 cerrojos es el secreto que ésta escondía en su interior o el documento "top secret" que guardaba el sobre tras uno de los cuadros de "¡A la caza del cuadro!" y que el ejemplo de un MacGuffin "puro" sería la bomba en "La Estatua de la Libertad" o la moneda que los agentes pretenden recuperar de Chapeau "El Esmirriau".





Pero incluso en todos esos casos el MacGuffin sigue sin ser un completo MacGuffin porque su recuperación final conlleva un descubrimiento. Descubrimiento que suele convertirse en un giro inesperado que le da una verdadera utilidad aparte de la meramente narrativa. Si como explicó el propio Hitchcock a Truffaut ("So you see, a MacGuffin is nothing at all!") un MacGuffin no es nada, va a ser difícil encontrarlos en Mortadelo y Filemón donde todo tiene su propósito: hacernos reír.





Artículo escrito por Kaximpo

sábado, 6 de octubre de 2007

Pepe Gotera y Otilio, Chapuzas a Domicilio


El dos de abril de 1966, en el número 269 de Tío Vivo nace la para la Editorial Bruguera la pareja de currantes más famosa del tebeo español: Pepe Gotera y Otilio, Chapuzas a domicilio, de la pluma de Francisco Ibáñez. Se trata de la única serie dual del autor que conseguirá un verdadero arraigo entre el público, tras la exitosa Mortadelo y Filemón, Agencia de información. Y podemos decir que, en muchos aspectos, Pepe Gotera y Otilio representan al Ibáñez más puro, aquél que impuso una forma propia de hacer historieta, al margen de influencias ajenas.

Esta representatividad del nuevo dúo viene dada por su apego a una concepción “realista” en el desarrollo de las tramas. No debemos olvidar que uno de los rasgos más característicos de la serie estrella de Ibáñez, los disfraces de Mortadelo, tiene un origen puramente vazquiano, más que ibañezco. Con ello no nos referimos únicamente a la atribución que el autor de Anacleto hace del hallazgo del disfraz mortadelesco, sino a la imitación y evolución que Ibáñez hizo de las metáforas visuales de su maestro (para mayor profundización al respecto, recordamos que el disfraz ya ha sido abordado en este blog, como podrán comprobar visitando las entradas del mes de mayo).

En efecto, el uso del disfraz en Mortadelo es tan surrealista, desenfadado y vanguardista que representa más el espíritu libre de Vázquez que el de Ibáñez, mucho más encorsetado y apegado a una concepción mecánica del gag. Igualmente innovadora es la concepción de 13, Rue del Percebe, también perteneciente al padre de Angelito Gú-Gú. Desde este punto de vista, podríamos decir que ambas series tienen más de Vázquez que de Ibáñez (en cuanto a concepción original, ya que el brillante desarrollo de ambas es producto exclusivo del talento de Francisco Ibáñez).

Por otra parte, también El Botones Sacarino responde más a una influencia ajena (franquiniana, como bien es sabido) que a la inspiración del propio autor, aunque es indudable que a medida que la serie crecía Ibáñez fue imponiendo su arrolladora personalidad creativa. Un matiz distinto merece la referencia a Rompetechos, probablemente la más afortunada serie nacida de la mente de Ibáñez. Precisamente por esa genialidad única y por el desarrollo de un tipo de gag exclusivo de esta serie, no podemos decir que el pequeño Rompetechos sea un “personaje tipo” de Ibáñez.

Sí lo son, en cambio, Pepe Gotera y Otilio, una pareja mucho más estándar dentro del universo creador de Ibáñez. En las aventuras de los chapuzas no encontramos ecos extranjeros (como en Sacarino), ni alardes de originalidad creativa (como en los disfraces de Mortadelo o en la concepción de 13, Rue del Percebe), ni siquiera genialidades excepcionales (como en Rompetechos). Pepe Gotera y Otilio representan, más bien, el éxito de la estandarización ibañezca. No en vano nacen cuando el autor ya se ha consolidado en el mercado del tebeo humorístico y ha encontrado su propio camino artístico.

Así, en la serie de los chapuzas encontramos un remedo de la fórmula del éxito de Ibáñez: el contraste entre el payaso listo y el payaso tonto, entre el Augusto y el Clown, pero esta vez desprovistos de la veta surrealista que aportan los disfraces de Mortadelo. La característica distintiva de los personajes no es otra que la voracidad de Otilio (rasgo mucho menos brillante que el transformismo del entonces “agente de información”). Dicha característica había sido probada ya en la figura de Pepe, el empleado de Ande, ríase “usté” con el Arca de Noé, serie que pasó con más pena que gloria por los semanarios de Bruguera, al igual que otros experimentos duales como Godofredo y Pascualino, viven del deporte fino, El doctor Esparadrapo y su ayudante Gazapo y Doña Pura y Doña Pera, vecinas de la escalera.

Otro rasgo que hace que el dúo del que hablamos merezca la consideración de “serie estándar” de Ibáñez lo marca la sucesión de torpezas de los personajes, reforzada aquí por su condición de chapuzas. Probablemente fue esta profesión la que impulsó el éxito de la pareja frente a las anteriormente citadas, pues si hay un oficio que da pie a mostrar la incompetencia de los personajes, ése es el de Pepe Gotera y Otilio. Es más, podríamos decir que lo raro hubiera sido que nuestro autor no hubiera acabado, tarde o temprano, creando estos personajes.

Por otra parte, tenemos que añadir que estos expertos en cualquier cosa nacieron en una época propicia para el desarrollo de sus andanzas, basadas todas en el gag de acción perfectamente secuenciado, pues éste empezó a ser la marca distintiva de nuestro autor desde mediados de los sesenta hasta nuestros días.

Por todos estos aspectos, podemos decir que Pepe Gotera y Otilio son los personajes que mejor representan el estilo de Ibáñez: enfrentamiento de contrarios, meteduras de pata varias, cierto encorsetamiento argumental (lejos de alardes creativos) y secuenciación del gag de acción. Aunque con un mayor apego a la cotidianeidad, nuestros entrañables chapuzas son una eficaz y divertida vuelta de tuerca a un modelo probado ya por el autor: el éxito hecho fórmula.