domingo, 29 de marzo de 2009

SUPER HUMOR PEPE GOTERA Y OTILIO

Pues sí, sin apenas promoción (yo me enteré leyendo el siempre recomendable blog de Taradete), Ediciones B ha decidido publicar el primer Super Humor dedicado íntegramente a Pepe Gotera y Otilio. Hablamos del número 44 de la legendaria colección. Aunque por una parte la noticia de la republicación de estos personajes clásicos siempre es de agradecer, no deja de sorprendernos que la editorial haya lanzado el tomo pocas semanas después del volumen de Clásicos del Humor de RBA, coordinado por Antonio Guiral.



Éramos muchos los que nos temíamos que se repitieran historietas y aunque es cierto que algunas sí son similares, se puede considerar que ambos tomos son complementarios.

En cuanto al producto que nos ofrece B en esta ocasión, podemos decir que, de entrada, comienza con una portada desganada, como tantas de las que nos está ofreciendo Ibáñez en los últimos tiempos. Ni siquiera la presencia de un elefante (¡qué bien le salen a nuestro autor los elefantes!) logra aportar contundencia cómica a la portada. Seguidamente, encontramos una introducción a cargo de, nuevamente, Antonio Guiral, que reflexiona sobre la serie y alude a sus "versiones televisivas no reconocidas", esto es, a las conocidas andanzas de los chapuzas Manolo y Benito, en sus diversas temporadas.

Uno de los atractivos del tomo es una historieta de cuatro páginas con Pepe Gotera y Otilio realizada ex profeso por Ibáñez. Los que teníamos como medida de rasero las descacharrantes nuevas historietas de Rompetechos para Top Cómic, no pudimos evitar sentirnos decepcionados. La historieta, aunque simpática adolece de un pequeño defecto: Pepe Gotera y Otilio aparecen relativamente poco. En mi opinión, llevamos demasiados años sin ver nuevas historietas de los chapuzas para que la aparición de estos sea tan discreta en esta revisión de los personajes.





La selección de historietas parece correcta, aunque como principal defecto podríamos decir que aparecen sin fechar y sin citar el año de publicación, a la vez que desordenadas en el tiempo, dando lugar a contrastes de estilos curiosos. Como ventaja, hay una mayor variedad que en el tomo recopilatorio de RBA, que se centra desde el año 67 hasta el temprano 1970, dejando atrás muchas historietas de cinco tiras por página que se encuentran entre lo mejor de los personajes. Dichas historietas, por fortuna, sí forman parte del volumen de Ediciones B.


Mayor curiosidad entrañan las portadas para DDT, en la que los expertos en cualquier cosa protagonizan pequeñas historietas en las que Ibáñez juega con la composición de la página. Sin embargo, al corresponder la mayoría a mediados de los 70, en lugar de a los primerísimos años de esta década, vemos una composición poco innovadora y algo acomodaticia si la comparamos con las portadas de los primeros números de la revista Mortadelo o las protagonizadas por Rompetechos para Din Dan. La mala calidad del entintado también resta prestancia gráfica al producto. Más convencionales son las portadas para Super DDT, con un coloreado poco atractivo, así como las de la colección Olé, estas más fáciles de encontrar en la Red de redes.


No obstante sus carencias, que las tiene, podemos decir que el volumen cumple perfectamente su objetivo: arrancar las risas de los lectores y hacerles pasar un buen rato. Aunque la edición pueda ser mejorable, no podemos olvidar que se trata de una de las series estrella de un Ibáñez en su mejor momento creativo, por lo que la calidad humorística está más que asegurada.


Con este tomo, Pepe Gotera y Otilio se suman a Rompetechos y 13, Rue del Percebe al ocupar un propio Super Humor recopilatorio. Bienvenidos sean, y esperemos que libren pronto a nuestro reivindicado Botones Sacarino de sus sambenitos y dispongamos de una edición digna de sus aventuras a mano de Ediciones B.

domingo, 22 de marzo de 2009

IBÁÑEZ, EL DIBUJANTE EN SU ATALAYA

Hoy queremos comentar una ilustración de Ibáñez que, pensamos, define perfectamente su estatus como dibujante en nuestro país.
En el dibujo contiguo, observamos al dibujante trabajando, subido en una especie de palo de gallinero, mientras llena toda la península con sus letras. Imagen elocuente y certera, sobre todo si tenemos en cuenta que se trata el autor español más leído.
No podemos olvidar el papel de Francisco Ibáñez como primer referente cultural de varias generaciones de españoles. No diremos que sea el único best-seller editorial que ha dado este país, pero sí es innegable que ha sido el más prolífico, el más reeditado, y sobre todo, la figura más reconocible como "primera lectura" de muchos niños durante medio siglo. Un fenómeno cultural no siempre reconocido pero de indudable interés que el autor, con su humor habitual, refleja en este dibujo.
Sin embargo, no se crean que nuestro dibujante peca de fatuo. Aunque se haya situado en un nivel superior, no se ha colocado en un palacio de cristal, ni mucho menos, sino en un desmitificador palo de gallinero,como si de un ave se tratara, lo más alejado que se nos ocurre a la presunción. Su condición de currante y destajero se manifiesta también con la salida constante de páginas de sus manos, páginas que el autor realiza con rapidez, eficacia y cierta indolencia, lejos de cualquier mitificación del trabajo artístico.
No obstante, uno de los detalles más interesantes de la ilustración, a mi entender, lo constituyen los algodones que Ibáñez lleva en los oídos. El autor refleja así su aislameinto a la hora de trabajar, lejos de interrupciones y molestias. Sin embargo, en un nivel más profundo, puede simbolizar también el aislamiento con respecto a los llamados "círculos del cómic". Nuestro dibujante, que no siempre ha estado bien visto entre los "entendidos" del medio, se aísla de las críticas siendo fiel a su propio estilo y a su concepción de su labor como historietista.
Un aislamiento necesario para alejarse de las ponzoñosas voces pese a las cuales Ibáñez sigue inundando nuestros kioscos con su arte.

domingo, 15 de marzo de 2009

LA SECTA DEL ZUM-BAHO (1986)



La secta del Zum-Bhao fue una de las numerosas aventuras apócrifas de 44 páginas que Bruguera sacó al mercado sin Ibáñez. De dibujante anónimo, Miguel Fernández Soto atribuye en El mundo de Mortadelo y Filemón la autoría del guion al prolífico Jesús de Cos, que quizá realizara con esta obra uno de sus trabajos más acertados, sin que ello signifique que sea un digno reflejo de la labor del autor original.

La historieta plantea un tema medianamente original: el mundillo de las sectas, caracterizadas como trampas para engañabobos crédulos, no sin cierta ironía que, en las manos de Ibáñez, habría dado unos frutos más que aceptables, dada la habilidad con que nuestro autor utiliza el recurso de la desmitificación. Los juegos de palabras, algunos ingeniosos, no llegan tampoco a la altura del maestro. Y tampoco faltan las referencias propias de mediados de los ochenta: el Increíble Hulk, la guerra fría o Manuel Fraga.

Desde el punto de vista gráfico, aunque el dibujante puede considerarse notable, se muestra ineficaz a en ciertas secuencias en las que el uso del movimiento e incluso la misma ubicación de los personajes, que se resuelve de manera torpe. A modo de ejemplo, aducimos las siguientes escenas: aquella en la que Mortadelo intenta que Filemón esquive el rayo hipnotizador (página 17), la secuencia en la que un urraco desamordaza a un pobre catapultado (p. 8) o el momento en que Mortadelo pone a Ofelia un cencerro (p.3). En todas ellas observamos que la eficacia de los gags se ve truncada por una deficiente realización, mal conseguida, incapaz de plasmar el efecto cómico requerido por la escena. En cuanto a los disfraces de Mortadelo, se combinan algunos aciertos: el de payaso (p.12) o el de diosa Shiva (p. 18); con otros poco conseguidos: el de salchicha (p. 20) y el de hombre sin cabeza (p.8) que, además, se repite un par de veces.

Estructuralmente, en el primer episodio se centra en las andanzas callejeras de los miembros de la secta, que se muestran como unos hipócritas embaucadores. Ya en la sede de la TIA, el Súper intenta explicar la misión a nuestros dos agentes, aunque ellos se dedican a jugar mientras él habla, recurso utilizado en otros álbumes del autor como El plano de Ali-Gusa-No. El segundo capítulo se resuelve con cierto ingenio, centrándose en las pruebas de ingreso para formar parte de la secta. A modo de sorpresa, presenciamos el ingreso de Ofelia en la misma, con la intención de ligar. Además de Ofelia, tan utilizada por los apócrifos, encontramos algún intento de recrear un elenco de secundarios, entre ellos el malvado Pir-Aho, el manipulador; el cegato glotón (mezcla de Otilio y Rompetechos) y el mismo Zum-Bhao, en permanente estado de éxtasis-embobamiento.






En el tercer episodio los divertidos intentos de formar parte de la secta del Zum-Bhao continúan, a la vez que se descubre la causa de la enajenación de sus miembros: el rayo pasotil, con capacidad de anular la voluntad. El cuarto episodio transcurre en el campo, tras vanos intentos de entrar en el local sectáreo. Se intentan renovar los gags con una nueva ubicación de los “primos” (que no hermanos) del grupo: el campo. Desgraciadamente, las fotografías incriminatorias realizadas por nuestros agentes no sirven para nada, pues Mortadelo acaba fotografiándose su propio ombligo.

En los episodios quinto y sexto sigue la ambientación campestre, pasando por un intento infructuoso de detención y por el desempeño de la labor de Mortadelo y Filemón como porteadores del gran Zum-Bhao.




El último capítulo, que tiene ocho páginas, frente a las seis de los anteriores, da cabida a la aparición del Bacterio, cuyo rayo marchosillo tiene la capacidad de convertir a los miembros de la secta en los ciudadanos que eran antes. Con una simplicidad pasmosa, se va sometiendo a esta “terapia” a los personajes con paradójicos resultados, pues muchos de ellos resultaron ser ladrones o recaudadores de impuestos.

Será Ofelia la encargada de capturar al malvado Pir-Aho, verdadero “cerebro” de la secta, enajenador de mentes con la intención de lucrarse. Concluido esto, en 42 páginas, asistimos a lo que tal vez sea lo peor del álbum: dos páginas de relleno en la que Mortadelo y Filemón, tratando de huir de una nueva misión, se camuflan en una planta y son atropellados al escapar. La poca delicadeza del Súper amerita una venganza tan previsible y manida como fuera de lugar. En otras palabras, dos páginas de relleno en toda regla, terrible colofón de un desarrollo mediocre.

domingo, 8 de marzo de 2009

¿TENSIÓN POLÍTICA EN LA REDACCIÓN DE TIO VIVO?

En el volumen de la colección Olé dedicado al 25 aniversario de Mortadelo y Filemón titulado Estrellas del cómic encontramos, entre otras curiosidades, la siguiente ilustración de la editorial de TIO VIVO, que exponemos para deleite de los lectores.




El dibujo, que es otro magnífico ejemplo de la capacidad de Ibáñez para concentrar decenas de gags en una misma página, no dista mucho de otras representaciones que ha hecho el autor de la vida editorial. Destacan los simpáticos cuadros de personajes de la revista, así como los cameos de criaturas de ficción como el Botones Sacarino o figuras de carne y hueso tan relevantes como Julio Fernández y el inefable Armando Matías Guiu.


Sin embargo, hoy queremos fijarnos en el gag que ampliamos a continuación, en el que un anónimo individuo se queja por haber sido situado entre un hincha del F.C. Batacazo y otro del F.C. Anti-Batacazo, lo cual le reporta una dosis nada desdeñable de daños físicos.



No obstante, invito a los lectores a que observen de manera crítica dicho gag. ¿Les parece a ustedes que ambos personajes representan a dos aficionados al fútbol? ¿Acaso no hubiera sido más propio de Ibáñez, si hubiera querido dibujar a dos forofos, representarlos con sus banderines, gorros y bufandas propias del equipo en cuestión? Sospechoso, que diría el inspector Hólmez.

De hecho, si nos fijamos bien en la apariencia de los dos personajes tenemos a un señor repeinado, con bigotito franquista, traje de corbata y cara de mala leche (un tipo claramente de derechas). El otro, barbudo, poco aseado, barbita de bohemio y cóctel molotov en la mano (el prototipo de tipo izquierdosillo, según los tópicos gráficos a los que acude Ibáñez).

Dicho esto, ¿sería muy descabellado pensar que lo que pretendía reflejar Ibáñez aquí no eran las disputas de oficinistas acerca del fútbol, sino las acaloradas conversaciones políticas propias de una todavía temprana transición, representando a arquetipos enfrentados de gente de izquierda y derecha? Que la ilustración se hizo en un clima de libertad política se corrobora con la alusión a las huelgas, sindicatos y reivindicaciones de uno de sus gags.

Esto nos lleva a plantear una paradoja que parece anular nuestra tesis. ¿Por qué en plena democracia cambiaría la editorial un bocadillo de texto para desviar el tema político al más inocuo e inofensivo del fútbol? ¿Censura o simplemente se pensaba que el lector infantil no iba a captar las alusiones? ¿O algún editor no le parecieron correctos los tópicos con los que Ibáñez caricaturizó a ambos bandos?

Vayan ustedes a saber. Por nuestra parte, dejamos la ilustración para que cada quién saque sus propias conclusiones.

lunes, 2 de marzo de 2009

PACO TECLA Y LAFAYETTE


No es la primera vez que Ramón María Casanyes aparece en este blog, dada su condición de autor apócrifo de algunas historietas de Mortadelo y Filemón, Rompetechos y Pepe Gotera y Otilio, entre otros personajes de Ibáñez durante los últimos años de la editorial Bruguera. Sin embargo, hoy queremos hablar de él como autor independiente, concretamente como artífice de la pareja de historietas humorísticas Paco Tecla y Lafayette. En este trabajo, como en otros del autor, se aprecia la impronta dejada por Ibáñez durante sus años de formación. Tanto es así, que, partiendo del álbum de sus personajes El caso de los juguetes diabólicos (1986), estableceremos una serie de semejanzas y diferencias con el padre de el Botones Sacarino.

Desde el punto de vista gráfico, las reminiscencias son evidentes. Expresiones, gestos, posturas, diseño de personajes, etc., beben directamente de la fuente ibañezca. La otra referencia de Casanyes, André Franquin, tampoco sirve de mucho a la hora de distinguirlo del autor de Mortadelo, ya que Franquin fue también un referente para el mismo. Desde el punto de vista de los personajes, Casanyes apuesta por una actualización del modelo de Ibáñez, dotando de cabellera a sus criaturas y otorgándole unas vestimentas más acordes con los tiempos. Conocido es el jersey de Lafayette, que recuerda a aquél que llevaba el franquiniano Gastón el Gafe o, si se quiere, al que llevaría el Tato, en la serie de Ibáñez Chicha, Tato y Clodoveo, de profesión sin empleo. Por otra parte, resulta obvio que el personaje de Paco Tecla, a pesar de su melena, recuerda bastante a Filemón.

Los superiores de los personajes y el resto de personajes secundarios siguen a medio camino entre la cómica expresividad de Ibáñez y la naturalidad de movimientos de Franquin. Solo en el diseño de personajes femeninos apreciamos mejor el sello personal del propio Casanyes. Por otra parte, aunque en líneas generales el dibujo presenta un mayor detallismo que el de Ibáñez en algunos aspectos, lo cierto es que se sigue la línea brugueriana de la parquedad de fondos, reduciendo el dibujo a lo esencial para apoyar lo narrado.

Una huella ibañezca más clara se aprecia en los planos y encuadres, claros deudores de la obra del autor de Rompetechos. Véase como ejemplo el enfoque en contrapicado cuando un personaje agrede a otro, tan característico de las historietas de Ibáñez. Cuando Casanyes pretende innovar y personalizar las perspectivas sin seguir línea alguna, logra a veces resultados interesantes, pero que no resultan los más adecuados para realzar el impacto visual de los gags ni para la claridad narrativa.


Desde el punto de vista narrativo, Casanyes también estructura el álbum en capítulos autoconclusivos (como novedad introduce el “continuará” cuando la historia se articula en dos episodios) de seis a ocho páginas, además de incluir recursos tan característicos de Ibáñez como la intercalación del título una vez que ha comenzado la historia, en boca de uno de los personajes, el uso del periódico como recurso narrativo, la elipsis, la agilidad de las secuencias, así como la concepción de la obra como una sucesión de gags encadenados. En este último sentido, cabe decir que los gags de nuestro autor gozan de menos efectividad que los de su maestro, provocando solo en raras ocasiones la carcajada.

Argumentalmente, los parecidos con la serie Mortadelo y Filemón no dejan de sorprender. Paco Tecla y Lafayette trabajan para un periódico, el Moquillo Express, que resulta ser una tapadera de La división, organización que, como la TIA, se encarga de mantener la ley y el orden, a pesar de la inoperancia de sus miembros. El jefe directo de los protagonistas, es conocido, al igual que el Súper, por su mote: El “Chapas”. Por si no fuera bastante, el rol del director general es asumido por varios personajes, entre los que destaca la señora directora, ante la que el “Chapas” quedará mal una y otra vez gracias a sus agentes. Por lo demás, una serie encadenada de malentendidos y torpezas llenarán las páginas de este álbum, de desarrollo netamente ibañezco, aunque con algunas diferencias, como la disminución de la agresividad mutua entre la pareja protagonista (agresividad, no obstante, existente). La ausencia del surrealismo que aportan los disfraces de Mortadelo se cubre con la incorporación como personaje fijo de un genio (de esos de lámpara y todo) que pasa a formar parte de la organización.



Sin embargo, la principal diferencia tal vez haya que buscarla en el contenido ideológico de la obra de Casanyes, que no se limita como Ibáñez a reflejar la codicia y la hipocresía humanas, sino que hace una crítica más directa a la sociedad capitalista, enfatizando el papel represor (y abusador) de las fuerzas vivas, incluyendo a un genio troskista que pretende acabar con el sistema económico imperante, subrayando el poder de atracción del dinero, etc. Todo esto culmina con la página final en la que la catástrofe última viene motivada por una “inocente” moneda. Con mucha ironía, Casanyes parece expresar un pensamiento ideológico personal algo más partidista que la jocosa ironía de Ibáñez.

Conocido es que Ramón María Casanyes no guarda un recuerdo especialmente grato de su colaboración en Bruguera como “negro” de Ibáñez (pues en más de una historieta ha reflexionado irónicamente sobre el tema a través de sus historietas), pero también es cierto que la copia casi exacta de su modelo al hacerse dibujante “independiente”, deslegitima en parte sus quejas. Esto es, Casanyes intentó sacar partido en solitario del aprendizaje forzado del que ha renegado en alguna ocasión, aprovechando usos y fórmulas ajenos como garantías de un éxito que, sin embargo, no acabó de llegar.

Y es que, a pesar de lo que se diga (y conste que se puede decir mucho), Ibáñez no hay más que uno.