sábado, 16 de noviembre de 2013

¡SILENCIO, SE RUEDA! (1995)



¡Silencio,se rueda! es una de las escasas aventuras de Mortadelo y Filemón que se publicó primero en álbum y luego de forma seriada en revista, concretamente en los números comprendidos entre el 59 y el 61 de Mortadelo Extra. Puede que durante su realización Ibáñez supiera que se editaría primero en formato álbum, ya que los capítulos de 8 páginas no están siempre delimitados de forma concisa. Con esta aventura, se conmemora el primer centenario del cine, creado en 1895 de la mano de los hermanos Lumière. 

            El argumento es sencillo: el Súper manda a sus agentes, invento de Bacterio mediante, a recorrer la historia del cine en vivo para que aprendan las técnicas de los dobles cinematográficos y mejoren así su forma física. Se trata, pues, de una de estas aventuras de viaje en el tiempo en la que los protagonistas no regresan a la TIA hasta el final, como ocurrió en El Quinto Centenario (1992) y como veremos en Siglo XX…¡qué progreso! (1999) y El dos de mayo (2008). En  realidad, como en las anteriormente citadas, Silencio,¡Se rueda! se hubiera visto beneficiada si Mortadelo y Filemón hubieran contado con un objetivo más concreto, como en las aventuras clásicas: esto es, ir consiguiendo pequeños objetivos en cada una de las etapas del mundo del cine que visitan. También relacionada con la industria cinematográfica, aunque desde una perspectiva totalmente distinta (menos histórica) encontraremos la futura historieta El estrellato (2002), creada en ocasión de la primera adaptación al cine de Mortadelo y Filemón con personas.

             En Silencio, ¡Se rueda!, a lo largo de tres páginas, Ibáñez hace una introducción a la invención del cinematógrafo, con referencias surrealistas al zoótropo y a las sombras chinescas. Quizás por comodidad, el autor reduce a los hermanos Lumière a uno solo mientras explica los avatares de la invención del cine. Como curiosidad, la película que se proyecta en la viñeta 5 de la página 4 parece hacer referencia a Los Picapiedra, cuya versión cinematográfica data de 1994. No falta, sin embargo, la recreación de una anécdota real, como el pánico desatado en la sala de cine en la que se proyectó la imagen de un tren que se dirigía a toda prisa hacia la pantalla.

            Ya en la TIA vemos a un Superintendente muy preocupado por la forma física de sus agentes, a los que sin embargo no manda a que aprendan de los dobles del cine actual, sino que prefiere enviar a que recorran la historia del séptimo arte. En realidad, el viaje que les proporciona Bacterio tiene la particularidad de que Mortadelo y Filemón no pasearán estrictamente por las cintas míticas de la historia del cine, sino que irán a parar a los rodajes de las mismas, en un peculiar periplo. Este se inicia en la página 7, con una de las planchas más oníricas que Ibáñez jamás haya realizado para su serie estrella, con Mortadelo y Filemón viajando por el desierto de un reloj de arena que va hacia atrás.


            En las siguientes 12 páginas asistiremos a otro hecho insólito en la serie: Ibáñez requirió la colaboración de los coloristas (algo imposible en otras épocas) para recrear el mundo del blanco y negro de los inicios del cine. No obstante de la originalidad de este recurso, nos preguntamos por qué los agentes lo ven todo en blanco y negro (salvo a ellos mismos, claro), si no están formando parte de las películas, sino asistiendo a los rodajes de las mismas. Por lo mismo, tampoco comprendemos por qué las primeras personas a las que se dirigen no pueden expresarse oralmente, si simplemente son actores de cine mudo.

            A partir de este momento, aparece el que será el primer cameo de una larga serie. Charlie Chaplin, ataviado como Charlot, será la primera figura conocida que desfilará, de forma anecdótica, eso sí, delante de nuestros personajes, perseguido por un grupo de policías que recuerdan a los de Keystone, compañía de Mack Sennett en la que Chaplin dio sus primeros pasos en el cine. Aunque la admiración de Ibáñez por Chaplin ha sido declarada en más de una ocasión en diversas entrevistas, no será frecuente su aparición en las aventuras de Mortadelo y Filemón. No obstante, recordamos la caracterización de Mortadelo como Charlot en En Alemania (1982). Las siguientes páginas se rellenan con unos chistes muy básicos relacionados con los decorados (siempre falsos y engañosos) cinematográficos: golpes con puertas falsas, animales de cartón-piedra, etc. Esto recuerda a la historia corta de 1970 Silencio, se rueda…¡Acción!, publicada  en Gran Pulgarcito, y que sin duda Ibáñez tuvo muy presente para realizar este álbum casi homónimo.

            La siguiente aparición será la de Stan Laurel y Oliver Hardy, otros ídolos reconocidos del autor y cuya obra será decisiva en la formación personal y profesional de Francisco Ibáñez. El Gordo y el Flaco sentaron a lo largo de su trayectoria las bases del resto de parejas cómicas del mundo del espectáculo. Basándose en los roles clásicos del Clown y el Augusto, Stan Laurel desempeña el papel del “payaso tonto” que siempre mete en problemas al “payaso listo” (Oliver Hardy). Hay que señalar que esta distinción según la supuesta inteligencia es una mera convención, ya que en muchas ocasiones, el “tonto” Laurel, puede hacer gala de una imaginación, astucia y habilidad capaz de dejar patidifuso a su supuesto superior intelectual. A los lectores no les costará reconocer estas constantes en dúos como Abbot y Costello, Jerry Lewis y Dean Martin, Pedro Picapiedra y Pablo Mármol y, en el campo de la historieta, Mortadelo y Filemón.

            Es por ello que consideramos este cruce entre los agentes de la TIA y la pareja de cómicos de vital importancia, ya que supone una mirada hacia la esencia propia de la serie: el humor basado en las personalidades contrapuestas y el mamporro y tentetieso. Tal es la comunión entre las dos parejas, que el chiste que Ibáñez adjudica al Gordo y el Flaco fue usado por él mismo con sus personajes estrella en la portada nº 88 de la revista Mortadelo. Laurel y Hardy ya fueron nombrados anteriormente en El pinchazo telefónico (1994) y sus tumbas aparecerán en Esos kilitos malditos (1997).



            Tras un breve cameo de Búster Keaton, quizás menos conocido por el gran público y dotado de menores características definitorias, aparecen los Hermanos Marx, que volverán a salir en El estrellato. Previamente, Ibáñez había hecho referencia a su película Una tarde en el circo en La historia de Mortadelo y Filemón (historieta corta) y había disfrazado a Mortadelo de Harpo en Los superpoderes (1988), todo esto sin contar que la frase supuestamente atribuida a Groucho “¡Más madera! ¡Es la guerra!” ha sido usada en numerosas ocasiones por Ibáñez.

            Posteriormente, encontramos una serie de gags en los que los agentes intentan montar a caballo para mejorar sus habilidades, tal y como hicieron en En la Olimpiada (1972), El caso del señor Probeta (1991), 20.000 leguas de viaje sibilino (1994) y como harán en El dos de mayo. Posteriormente, se suceden algunos cameos de Humphrey Bogart, que aparece tan aficionado al tabaco como en Prohibido fumar (2004), Fred Astaire y Lola Flores. Para exagerar la edad de la folklórica, Ibáñez acude a la hipérbole de decir que, a pesar de tener ya sus años en 1920, todavía baila como si nada la chiquilla. Sin duda, se trata de un mero chiste que no podemos tener en cuenta para fijar el momento exacto en que se desarrolla la acción, pues en esa época ni se había inventado el sonoro ni habían comenzado las carreras cinematográficas de personajes ya aparecidos como Laurel y Hardy o los Hermanos Marx. Completan este ciclo en blanco y negro las referencias a las películas de Tarzán y a Psicosis (salto hasta 1960), con un Anthony Perkins no demasiado bien caricaturizado.

            Las siguientes cinco páginas transcurren en el rodaje de las películas del Oeste, con John Wayne, al que ya vimos en El racista (1992) y que veremos de nuevo en Prohibido fumar. El mítico vaquero de las películas se enfrenta contra Billy el “Niño”, sin que Ibáñez se resista al tópico de mostrar a esta leyenda del Oeste como un infante, algo que ya hizo en Los sobrinetes (1988).Aunque no hay ningún punto en común, es imposible no acordarse de la visión que de Billy el “Niño” hicieron Morris y Goscinny en los álbumes de Lucky Luke.  Ibáñez se burla de los mitos del género,tanto en cine como en cómic, mostrando a través de Mortadelo que no es tan fácil eso de “disparar más rápido que la propia sombra”, en la impagable secuencia de la bellota.  En líneas generales, vemos en este álbum que Filemón es más escéptico y menos impresionable que Mortadelo, pues el ayudante siempre se asombra ante los prodigios a los que asiste, mientras que Filemón suele desdramatizarlos para buscarles el “truco”. Indispensable es hacer referencia a la viñeta primera de la página 23, en la que el autor recrea una pelea típica entre vaqueros en un saloon. Valga esta ilustración como otro ejemplo de la capacidad de Ibáñez como dibujante, así como de su habilidad para la acumulación de gags que recompensarán sin duda al lector atento. Otras viñetas espectaculares (e igualmente violentas) son las que encontramos en álbumes como Mundial 78 (1978), Mundial 94 (1993) y Mundial 98 (1997).



            Durante las siguientes 8 páginas, Mortadelo y Filemón se dedican a fastidiar involuntariamente el rodaje de una película de terror, en la que, como ocurrirá en El estrellato, volverán loco hasta la desesperación al director, que intentará suicidarse de las formas más hiperbólicas y divertidas, recordando a los entrenadores deportivos de los diversos mundiales de fútbol. Ibáñez obvia que se trata de actores y realmente los personajes de terror parecen ser realmente los monstruos que representan (por ejemplo, el actor que hace de Drácula sale corriendo detrás de Mortadelo para morderle). Se trata de un tramo menos original, con un escenario que recuerda a los ya utilizados en A la cazadel cuadro (1971), Pesadilla…(1994) y Okupas (2001). Como dato testimonial de la época, destaca la mención a la fuga de Luis Roldán, a quien Ibáñez dedicó el álbum Corrupción a mogollón el año anterior a Silencio, ¡Se rueda!

            Una original viñeta muestra la transición entre el cine de terror y el romántico, paso que afecta incluso al bocadillo. El garbeo de nuestros hombres por el cine de amor se basa exclusivamente en la película cumbre del melodrama: Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, George Cukor y Sam Wood, 1939), cuyo título inspiró el del álbum Lo que el viento se dejó (1980). Como no puede ser de otra manera, Mortadelo y Filemón interrumpen con su prosaísmo la escena culminante de la película. Secuencialmente es interesante el efecto de rapidez conseguido en las viñetas 6 y 7 de la página 33, en las que el cuerpo de Filemón tiene continuidad de una a otra, mientras que Mortadelo aparece, respectivamente, delante y detrás de su jefe, dando la sensación de adelantarlo con gran presteza.

            Posteriormente, los personajes llegan al estudio Metro Goldwyn Ibáñez, el mismo nombre que aparece en la historieta corta Silencio,¡se rueda!...Acción, con un Marlon Brando decrépito en la puerta. Aquí Ibáñez hace alusión al “cine de bichos”, esto es, a las producciones de animalejos gigantes, con referencias a King Kong, Tiburón y a la recientemente estrenada en España Parque Jurásico, de Spielberg, que inspiró el álbum Dinosaurios (1993). No resulta muy comprensible que en este tipo de películas aparezca un cameo de Woody Allen, que será nombrado posteriormente en Su vida privada (1998) y Atenas 2004.


            Las tres páginas siguientes están dedicadas a las películas de Superhéroes, a los que,como es común en Ibáñez, presenta como seres falibles e imperfectos, algo que vemos en álbumes como 100 años de cómic (1996), ¡Y van cincuenta tacos! (2007), así como en la historieta corta Los Super Héroes, (Super Mortadelo, 76 de Ed. B, 1990). Hay que citar que, aunque en ningún momento aparece Frank Sinatra en la historieta, se nombra dos veces en la misma. Pasamos a continuación al cine de acción, sección que se abre con una espectacular viñeta, bastante original, en la que vemos a Arnold Schwarzenegger matando vietnamitas. La media plancha, además de ser una lección de dibujo humorístico en la que se despliegan algunas de las mayores cualidades de Ibáñez como dibujante (acumulación de gags, composición de la viñeta, fuerza expresiva, contundencia…) contiene una nada rebuscada crítica tanto a la violencia extrema de este tipo de cine, como a la ideología que Estados Unidos transmite a través de sus films, un triunfalismo de cartón-piedra que no casa para nada con la visión desmitificadora de Ibáñez. Ojo al diálogo de uno de los personajes:

            “No lo comprendo…Cada amelicano se calgó tlescientos cualenta mil vietnamitas…¡Y sin embalgo, peldielon la guela!”

            Schwarzenegger volverá a aparecer en El Estrellato, al igual que Silvestre Stallone, que desfila por nuestro álbum interpretando a un Rambo deseoso de venganza ante Filemón. Stallone también aparecerá en El Estrellato y Mortadelo se disfrazará de él en Atlanta 96 (1996), para deleite de Ofelia. Ambas estrellas del cine volverán a aparecer en ¡Llegó el euro! (2001). A pesar de que en ningún momento se muestra, Filemón hace referencia al rodaje de La guerra de las Galaxias XIII. El hecho de que la saga no tenga peso alguno en la historia no impide que su rodaje pasara a ocupar la portada de la edición en Magos del Humor del álbum. Finalmente, Mortadelo y Filemón son transportados de nuevo por el invento del Bacterio a la sede de la TIA, que Mortadelo hace explotar al traer consigo un explosivo que agarró durante su aventura, algo que recuerda al final de Lo que el viento se dejó. El Súper perseguirá a sus inútiles empleados que, hartos del cine, no saben que a la vuelta de la esquina está Robocop (¿el personaje, el actor que lo interpreta?) pidiendo óbolos para la gente del cine.



            Desde el punto de vista gráfico, el álbum presenta las características típicas de la época, en la que Juan Manuel Muñoz dejó de trabajar temporalmente con Ibáñez y una mujer, cuyo nombre desconocemos, se encargó del acabado del dibujo y del entintado. Pese a lo irregular de esta temporada, el estilo parece más cuidado que en otras historietas del periodo. Ibáñez nos deslumbra con algunas viñetas de media plancha realmente espectaculares, ya comentadas, con algún plano cenital (viñeta 5 de la página 19), disfraces originales (el de dragón de principios del álbum) y, como ocurría en varias aventuras de principios de los noventa, un desfile de caricaturas relacionadas como el mundo del cine. Hay que decir que, como caricaturista, Ibáñez tiene sus limitaciones, pero no se puede negar que en su caso no se trata únicamente de condensar los rasgos más característicos de algún personaje conocido, sino de adaptarlos al “estilo Ibáñez”, esto es, que parezcan un personaje más de Mortadelo. En todo caso, no se puede negar que sus caricaturas son muy personales.A esto hay que sumarle la decisiva y nada frecuenta colaboración entre dibujante y coloristas para plasmar en gris la época del cine en blanco y negro, algo nada frecuente en las historietas de Ibáñez.

 En  conclusión, podemos decir que se trata de un álbum más original en el que la procesión de famosos puede disimular la ineficacia de algunos de los gags, recordando, si nos permiten la analogía cinematográfica (no nieguen que viene al pelo), a esas grandes superproducciones en las que el desfile de rostros conocidos puede opacar lo convencional de la trama. No obstante, los lectores apreciaron en su momento la originalidad del álbum y el sabor de boca que deja Silencio, ¡Se rueda! suele ser positivo.

domingo, 3 de noviembre de 2013

PLURILÓPEZ CON MORTADELO Y FILEMÓN: RECORDANDO A TRAN

Parece que últimamente nos toca despedir. Si la semana pasada le dijimos adiós a un icono de la cultura popular como fue Manolo Escobar, hoy toca rendir homenaje a alguien mucho más relacionado con el mundo de la historieta. Se trata del dibujante José Luis Beltrán Coscojuelas, mejor conocido por Tran. Nacido en Zaragoza en 1931, Tran nos dejó el pasado 21 de octubre, dejando tras de sí una notable carrera como ilustrador, dibujante y pintor. Aunque se le asocia a la tercera generación de la escuela Bruguera, ya que sus obras más famosas datan de finales de los setenta, lo cierto es que ya desde la década anterior nuestro autor publicó en Tío Vivo y El DDT.  A pesar de no llegar a ser una primera espada de la editorial, muchos recordarán la presencia de sus personajes en las revistas de la casa, siendo especialmente reseñable Constancio Plurilópez (1977), que solía aparecer en la revista Mortadelo y sus derivados. Este éxito más o menos tardío lo llevó a figurar entre los autores más reconocibles de Bruguera de finales de los 70 y principios de los 80.  Plurilópez reflejó, en cierta forma, una realidad que resultará ajena a los lectores más jóvenes, dada la coyuntura actual. Nos referimos al fenómenos del pluriempleo: al señor que por la mañana trabajaba en un banco, por la tarde llevaba la contabilidad de una empresa y por la noche tocaba la trompeta en un café de su barrio, todo con objeto de pagar los plazos del automóvil, televisor, lavadora, etc.

Plurilópez será, precisamente, el personaje elegido por Tran para participar en el homenaje al 25 aniversario de Mortadelo y Filemón, con una historieta en la que, como en las demás participantes en la efeméride, el dibujante dejaba los huecos para que Ibáñez insertara a sus criaturas más famosas. Veamos los resultados de esta colaboración.



La historieta en cuestión se titula "Idea genial", tiene cuatro páginas y el guion corre a cargo de Julio Fernández. El argumento resulta tópico: para poder escaquearse de sus compromisos con su pareja, Plurilópez acuerda con Mortadelo y Filemón que estos aparecerán por su casa fingiendo ser atracadores y, cuando él se haya hecho el héroe delante de su amorcito, fingir que los lleva a comisaría para tener la noche libre lejos de la paz del hogar. Lamentablemente, Mortadelo y Filemón llegan tarde y Plurilópez se enfrentará a un auténtico atracador, saliendo mal parado. Al final de la historieta, el maltrecho protagonista perseguirá, en venganza, a los agentes de la TIA.

Se trata de una de las historietas de homenaje a Ibáñez en la que menos participan Mortadelo y Filemón, ya que el peso de la narración lo lleva Plurilópez y el ladrón que lo ataca. Los agentes de la TIA no aparecen sino en la segunda página, eclipsándose nuevamente hasta la última. A pesar de su escasa presencia, cabe destacar la impecable realización gráfica de Ibáñez, quien seguramente entintó a sus propias criaturas. El juego de autores, en el que seguramente Tran abocetó las posturas que debían presentar los personajes de Ibáñez, permite ver a Mortadelo y Filemón en posiciones poco habituales, lo cual siempre es agradable para los lectores. No sabemos hasta qué punto estaban en el guion original detalles jocosos como el de Filemón metiéndose el dedo en la nariz (viñeta 8, pág. 2) o perdiendo un diente por un gesto de Mortadelo (viñeta 9, pág. 2), rasgos que parecen corresponderse con los recurso habituales de Ibáñez para dar más "salsa" a las situaciones.



En cuanto al guion, no deja de sorprender que Mortadelo y Filemón aparezcan como "dos buenos tíos" dispuestos a mojarse por ayudar a su amigo Plurilópez. Eso sí, al final de la historieta no dudan en cachondearse de él al verlo en paños menores por la calle.Como es habitual en Julio Fernández, la presencia en sus guiones de las artes marciales es una constante, dedicando varias viñetas al desarrollo de golpes de kárate (viñetas 6,7 y 8 de la página 4), a la vez que Plurilópez afirma ser "cinturón negro". Esta pasión de Julio Fernández por esta disciplina, que Ibáñez ya reflejó a través de Kar-Akol, el mongol en  Contra el gang del "Chicharrón" (1969), se ve también en las historietas de Mortadelo y Filemón en las que Fernández se hace cargo del guion, como prueba la aparición del personaje Taka-Ñaka.

Este fue, pues, el crossover entre Plurilópez y Mortadelo y Filemón, pero, ¿qué hay de Ibáñez? ¿Dibujo él en alguna ocasión al personaje estrella de Tran? Nosotros hemos localizado una, en la portada del Súper Humor 31 de los antiguos de Ediciones B, con un Plurilópez amargado porque solo a él se le puede ocurrir poner un puesto de helados en medio de la nieve. Quede este cameo como una prueba de la popularidad que el personaje de Tran alcanzó durante los últimos años de la década de los 70 y los primeros de la de los 80.


Descanse en paz.